miércoles, 12 de octubre de 2011

Deja que te cuente que continúa la función

Suele ocurrir…Bueno, al menos suele ocurrirme a mí, que el tiempo parece pasar cada vez más rápido. Y suele ocurrir también que cada vez parecemos ser más conscientes de esa velocidad. Y asusta. Asusta porque, aunque suene a tópico, parece que fue ayer cuando llegué a Nueva York y de repente llevo ya 10 meses. Y lo que más asusta de todo esto es que en dos meses estoy de vuelta.

Y así, sin darnos cuenta, pasan tres estaciones. Y un día, hace no mucho, alguien nos recuerda con un mensaje muy cierto: “Deja que te cuente que nos dejasteis sin agosto”…y espera, creo que también  os dejamos sin septiembre. Perdonad, yo ni me he enterado y espero que vosotros tampoco.

Y mientras escribo aquí, van pasando por mi cabeza millones de aventuras, experiencias, personas, lugares, viajes de un verano que ha pasado sin pena, pero con mucha mucha gloria y que, por los pelos, os habéis quedado sin conocer.
Sí,  a punto habéis estado de perderos un concierto de 360 grados, una tarde en un parque en el que Dolores nos presentó a la gente más rara del mundo, un vino y tabla de quesos en un pueblo de película con Clint Eastwood como alcalde; toros mecánicos, acantilados imposibles, campeonatos de surf, moteles de carretera y objetos perdidos. Cuatro camisetas verdes de tirantes aptas para cualquier género, kilómetros y kilómetros en un Jeep negro, calles a las que pusimos banda sonora…y eso que no eran las calles de Nueva York.

Y siguiendo con los recuerdos de un verano, como si miles de fotografías vinieran a mi cabeza, aparecen horas y horas en una azotea que se ha convertido, por un momento, en el foco de la moda neoyorquina, una casa más llena de gente que nunca, sonámbulos exhibicionistas, una guitarra desafortunada…y otra que espera en una esquina de la 47 a ser más querida.
Algunos nos perdimos en Las Vegas, otros perdían autobuses y por los pelos no durmieron en la arena de una playa surfera.  Hubo a quienes les cancelaron vuelos, a quien le decepcionó una tal Irene e incluso hubo principiantes en terremotos, mareados en un rascacielos de la Quinta Avenida.

Y a veces, si intento parar por un segundo el tiempo y miro a mi alrededor, me doy cuenta de en lo que nos hemos convertido. No sé si será Nueva York, si serán los miles de kilómetros en aquel Jeep negro, los petos vaqueros, los huracanes, los canales del Venecian o los tutús; quizás sean los hipsters de Brooklyn, las consecuencias del Biergarten de Meatpacking, las hamburguesas de “tamaño perfecto” o lo que echamos de menos a los que se volvieron.

Pero tengo que  deciros y, para que vengáis prevenidas las próximas visitas, que esto es lo que vais a encontraros (y no vale asustarse) a partir de ahora en el piso 3º del número 336 de la calle 47:
MAGOS que manejan perfectamente el arte de desaparecer y aparecer en un segundo, INTÉRPRETES de sueños, PSICÓLOGOS que intentan descifrar los cambios de personalidad escritos en papel higiénico; futuras ESTRELLAS del rock que miran de reojo a su guitarra aparcada en una esquina, MODELOS que, no contentas con su book, se graban sus propios videoclips en la azotea;  POETAS que dejan su huella en aquel cartel del que os hablé un día y que, a duras penas, consigue mantenerse colgado de la pared y, como no, EXPERTOS del arte culinario que ya han aprendido a dar la vuelta a la tortilla…

Señores, sólo les quedan dos meses. ENTREN Y DISFRUTEN DEL ESPECTÁCULO...

martes, 12 de julio de 2011

Deja que te cuente que llegó el verano...

Hay veces que para escribir se necesitan unas horas solo y tranquilo. Y qué mejor que hacerlo cuando te toca hacer guardia en la oficina, guardia por si a alguien se le ocurre llamar a altas horas de la noche españolas.
El calor se ha apoderado de las calles de Nueva York, la gente usa sus pantalones más cortos y sus camisetas más escotadas para evitar el calor del sol, que aunque a veces escondido detrás de las nubes o dejando que algunas gotas de agua refresquen la ciudad, no deja de enseñar sus mejores rayos. Los pies son los más cuidados en esta época del año, buenas y baratas ofertas de manicura y pedicura se reparten la ciudad.
Y es cuando uno echa de menos un buen día de piscina, rodeado de sus mejores amigos o un día de sol en la playa untado en crema para no pelarse y que el moreno aguante hasta el fin de la temporada veraniega.
Pero aún así, aquí en Nueva York no se tiene sensación de verano, la Quinta Avenida sigue llena de gente entrando y saliendo, cargando con miles de bolsas y recorriendo todas las tiendas en busca de lo que te hace un poco más especial, en busca de algo que has comprado en la Gran Manzana. La calle 47 sigue con su habitual vida judía, entre anillos de compromiso y vistosos collares. Tus compañeros de trabajo siguen teniendo la misma cara de sueño, con un poco más de color, pero con sueño. Sigue haciendo frio en la oficina, porque nunca funcionó la calefacción y porque ahora el aire acondicionado quiere enseñar que él funciona, y que encima funciona bien.
Pero si buscas, si pones empeño en encontrar lo que hace que sea verano, incluso en Nueva York, lo encuentras.


Un día cualquiera Estados Unidos tiene a la mayoría de sus habitantes pendientes de unos fuegos artificiales, de los más espectaculares se comenta. Y es ahí, cuando definitivamente, sabes que es 4 de Julio, día de la Independencia estadounidense, y que el 21 de Junio, día oficial del comienzo de verano, ya ha pasado y todo tiene sentido.
                                                            


Falta un compañero de trabajo, que detrás de ti, observaba cuales eran tus movimientos de mano con el ratón. Corres a las 15.30 para dormirte una siesta o para subirte con una hamaca al rooftop entre los rascacielos de la ciudad que desprende calor del negro asfalto. Empiezan a llover visitas y no encuentras hueco para colocar a todos los que quieren conocer Nueva York en verano. Entre los platos de la nevera encuentras gazpacho, ensalada de pasta y pastel de atún. Los ventiladores giran al ritmo de la música de unos nuevos altavoces y en los cajones ya no hay mantas ni bufandas, sino anti mosquitos y crema de sol. El armario está algo más vacío, ya no hay jerseys de lana que ocupaban todo, sino camisetas y pantalones cortos que dejan hueco a las rebajas.
Unas rebajas que llevas esperando mucho tiempo, ¿quién no ha oído hablar de las rebajas de Nueva York? La palabra “Sale” se lee por todas partes y no puedes evitar echar un ojo a lo que vas a colocar en tu armario una vez recibas lo que te hace falta para poder ir de rebajas.
Empiezas entonces a pensar que sí, que es verano y que tú también necesitas una vacaciones. Te apetece salir del calor, del ritmo rápido y cambiar una silla de oficina y un ordenador por un volante y una carretera desconocida. Qué mejor que la “Route 1” para pasar unas vacaciones que recordarás siempre. Y no sólo porque en tu maleta vas a llevar 3 bikinis, una camiseta de “California Dream” y una toalla que abandonarás al final del viaje. Sino porque sabes, desde el día que compraste el billete, que lo mejor de todo va a ser la compañía.
Y sí, es verano en Nueva York, pero cuando uno vive aquí prefiere disfrutar de él en otros lugares en los que corra un poco el viento y huela a mar.




martes, 7 de junio de 2011

Deja que te cuente que voy en chanclas

Un día te despiertas y te das cuenta de que puedes dejar la chaqueta en casa y sacar las chanclas a pasear, hace calor y Nueva York parece diferente.
Diferente cuando la temperatura invita a Manolín  a corretear por nuestra cocina… tímido al principio y con una confianza que ha ido creciendo desde entonces, nuestro ratón y sus secuaces ya salen a saludar en copas o te demuestran que les gustan tus pies mientras friegas.
Diferente cuando se organiza el Spanish Soho Mile, te haces con el pañuelo rojo y comienzas la ruta. Pinchos, tapas y cerveza fría en Mango, Tous, Custo y Mascaró, finalizando en Ágata Ruiz de la Prada, donde la misma, te recibe con un divertido tocado y la última Estrella Damm del recorrido.


Diferente cuando para evitar una cola decides meterte en el sitio a la vuelta de la esquina y descubres Brass Monkey, donde con vistas al río y al aire libre un grupo de americanas te invita a su casa de los Hamptons porque les divierte la gente “de la parte hispánica de Argentina”.
Diferente cuando te pierdes por Brooklyn un domingo y sin planearlo vuelves a casa con una bici antigua, un peto, unas botas dignas de coleccionista, y cuatro dólares en el bolsillo después de haber vendido medio armario en una tienda de segunda mano.
Diferente cuando después de haber disfrutado de una cena, organizada por un gambitero al que vamos a echar de menos, donde el pollo al curry, los tallarines con gambas, el helado de pistacho, la cerveza casera y el roof top con barra hawaina, hace que te pongas a investigar al llegar a casa, y  descubrir que tú  también tienes un rooftop y compras hamacas y cambias la paellada planeada para el jardín, a las alturas.
Diferente, cuando te quedas encerrado en la azotea y tienes que bajar por la casa de tus vecinos, diferente cuando sales a por una falda y vuelves con cinco, diferente cuando los mosquitos te pican en sitios inexplicables, diferente cuando echas de menos a los que se van y te ilusionas por los que vienen.
Diferente cuando te das cuenta de lo rápido que pasa el tiempo… y que después un viaje increíble, ya sea recorriendo en bicicleta las calles de San Francisco y despertando con vistas a la bahía o llevando la “casa” a cuestas por Key West, donde entre palmeras y casas victorianas corretean las gallinas con sus polluelos, te das cuenta de que estás en junio, y de que has echado de menos tu nuevo hogar,  tu nueva ciudad, pero sobretodo a tu nueva familia.

lunes, 16 de mayo de 2011

Deja que te cuente que me he ido de vacaciones

Dicen que cuando un escritor deja de escribir es porque se le ha ido la inspiración. No es que me considere escritora ni mucho menos, de hecho muchas veces no me gusta nada lo que escribo; lo que sé es que me gusta escribir y me gusta, a veces, compartirlo. A veces.

Dicen que la inspiración puede desaparecer por muchos motivos, porque no tienes tiempo para pensar, porque lo tienes todo, porque te va demasiado bien, porque eres feliz. Y es que, como dijo Joaquín Sabina a Benjamín Prado antes de escribir las canciones de su último disco: "Yo vivo en una felicidad doméstica de la que es imposible sacar un verso; pero tú estás hecho polvo, y eso es una mina." Yo estoy como Joaquín.
También puede haber otros motivos, como el de tener la cabeza demasiado ocupada con algo que no me permitía escribir o, más bien, no me permitía escribir aquí. Fuera lo que fuera, mi cabeza se marchó por un tiempo de vacaciones.

Y yo, siguiendo con este momento de sinceridad, os digo también que muchas veces os he echado la culpa de este parón en el blog a vosotros. No a todos, solo a los que habéis venido a vernos. Perdonadme.

Hace ya unos meses, recién llegadas, escribí aquí mismo que esta aventura sería del todo perfecta si la compartíamos con vosotros. Y no me he equivocado.
Compartir cada paseo por estas calles, cada conversación de sábado por la mañana, cada cerveza de las que siempre nos quejamos porque no tienen el sabor que tienen en España. Con vuestra compañía, ese sabor es diferente. Con vosotros esa cerveza sí sabe bien.

Y lo que más gracia me hace es que, cada vez que os ibais, cada vez que acababan vuestras vacaciones, pensabais que era entonces cuando empezaban las nuestras. Nos dabais mil veces las gracias, nos pedíais otras mil veces perdón por habernos "invadido", y todo ello sin daros cuenta de que las que más hemos disfrutado hemos sido nosotras.

Y de esta forma, con la casa vacía sin próximas visitas planificadas hasta septiembre, con las piernas como piedras por haber recorrido con cada uno de vosotros Nueva York del Upper al Lower Side; con la tarjeta echando humo por no haceros sentir mal y que no fuerais los únicos que arrasabais las tiendas de la ciudad y a punto de ser nombradas “clientes del mes” de Café Gitanne, empezó a pasarnos lo que suele pasarte cuando vives y trabajas en una ciudad tan increíble pero a la vez caótica como es ésta: Teníamos que salir.

Y sin pensárnoslo dos veces, nos cogimos un avión con rumbo a cualquier parte. A cualquier parte dónde alguien nos invitara a dormir en una isla y nos viniera a buscar a casa en barco; dónde llevar puesto una boa rosa no fuera solo cosa de chicas, donde no hiciera falta bailar en Fama para convertirte en una bailarina de break casi profesional; dónde las raquetas de tenis echaran chispas protegiéndonos de los mosquitos, dónde compartir una cerveza con un pez manta de casi dos metros fuera posible y dónde terminar con un bote de aloe vera fuera más que predecible.



Pero esta es otra historia que ya os contaremos. Mientras tanto, mi cabeza y yo intentaremos pasar lo mejor posible este síndrome postvacacional preparando el siguiente viaje y prometiéndoos no volver a irnos tanto tiempo. Yo os lo aseguro, ella no tanto…



jueves, 21 de abril de 2011

Deja que te cuente lo que sé hacer...

Lunes 21 de Marzo, comienzo de la primavera en el mundo entero y en Nueva York ni rastro. Nadie nos ha preguntado si tenemos frío o calor, así que para no dejarnos sin una cosa o la otra, el frío y el calor han decidido alternarse.
Una tarde sentada en el sillón, al que le has dado una oportunidad por pereza de ir en busca de una funda, te preguntas qué es lo que sabes y no sabes hacer.
¿Qué es lo que sabes hacer que nadie más en el mundo sabe hacerlo? Alguna vez se te han pasado millones de ideas, has querido probar cosas y no te han salido y otras muchas si, y entonces gritas y corres a enseñárselo a todo el mundo.
Las hay que saben bailar como pollos, y en el momento más inesperado se arrancan y te dan unas clases de baile pero desistes porque nunca sabrás mover los pies y las rodillas hacía lados distintos.
Otras saben utilizar los pies mejor que las manos y les gusta estirar todos los dedos como si fuesen a cambiar los canales de la tele con ellos. Pero eso prefieres no mirarlo ni intentarlo, los pies son cosa aparte.
Y por último, hay algunas que saben dormirse de pie, sentadas o mirando por la ventana y que siempre le dedican 10 minutos del día a esa gran habilidad. Pero en cambio, esas, no saben guiñar el ojo izquierdo.
¿Y qué pasa cuando pensabas que eras la única que sabías hacer algo? La única que sabías meterte la lata de Coca-Cola entera en la boca, alardeas de ello, pero resulta que alguien más sabe hacerlo. Y en menos de 5 minutos pasas a ser algo menos especial de lo que eras para convertirte en la segunda de las dos únicas personas que saben hacerlo.
Por mucho que sepas o no sepas hacer, llega un momento en el que echas de menos a gente, pero para que no lo notes mucho, esas personas te hacen visitas largas, cortas, veloces y llenas de energía. Durante una semana parece que la habilidad de dormir la siesta la practicas más a menudo, es difícil seguir el ritmo de los que están de vacaciones. El baile del pollo también sale a la luz en más ocasiones, aunque sea para grabarlo en video y no dejar de reírte al día siguiente y el movimiento de pies lo dejas para cuando alguien decida que es momento de ponerte sandalias y enseñar la pedicura que por 23 dólares has decido hacerte.
Visitas que te hacen reír, bailar, correr de un lado a otro, comer más de la cuenta, ponerte al día, conocer otros rincones de Nueva York, disfrutar de las personas que tanto querías ver y comprarte algún capricho para que no sean las únicas que renuevan su armario. Visitas que sabes que volverán y visitas que tendrás que seguir mandándoles mails contándoles tu día a día.
Se avecinan planes distintos, con converse o con tacón, parece que en Nueva York los planes te persiguen. Un concierto en el Music Hall de Williamsburg no suena nada mal, pero tampoco una copa en Jane Hotel o un vino blanco en el rooftop de Ink48.


lunes, 21 de marzo de 2011

Deja que te lleve de paseo..

Levantarse y escuchar el ruido del exprimidor en acción, porque alguien ha pensado que a primera hora de la mañana necesitas vitaminas, te ayuda a empezar el día con “ganas de bailar”  y así, saliendo de buen humor por la puerta comienzas un nuevo día en esta ciudad.
Cuando después de unas cuantas semanas de pasar por Times Square rumbo al trabajo, descubres que los guías caza turistas no te dedican su diario “girls, looking for a tourbus ride?”, emocionada, decides que ya no eres material turístico en esta ciudad, sino una neoyorquina más y sintiéndote más que nunca parte de la ciudad, sigues  rumbo a tu jornada laboral.
Una noche cualquiera una amiga decide llevarte a ese sitio que todavía no conoces, y llegas a Lower East Side, concretamente a Ludlow con Stanton y te impresiona como en dos manzanas puede haber tantos bares juntos por los que te mueres por entrar, y donde por fin puedes sacar las converse a pasear y para algunas eso es la alegría del día. Pianos fue el primer elegido, bar-discoteca, donde algunos días de la semana tocan música en directo y el público en sí es un espectáculo, te diviertes con solo mirar, desde el hipster con gafas de pasta, a jesus superstar, a chinos rubio platino y una divertida pareja de modelos que más que bailar parecen interpretar. Sales a darte un paseo y te topas con Max Fish donde nubes cuelgan del techo, una tele antigua proyecta Saturday Night Fever y el camarero, que te ha llamado la atención porque te divierte todo su estilo, te sirve una Pabst Blue Ribbon.
Te levantas un poco cansada pero con ganas de aprovechar y disfrutar de los últimos días de esa visita que tanta ilusión te ha hecho, y te diriges al Pier Antiques Show que prometía ser un mercadillo vintage donde arrasar, pero te deja los dientes largos por los precios altos o te pones a andar rumbo al Distrito Financiero, parece que nunca vas a llegar a ese parque del que tanto te han hablado y cuando por fin llegas a Battery Park decides que ha merecido la pena, Wall Street, el mar y la Estatua de la Libertad de fondo te lo confirman.
Llega el domingo y decides ir al MOMA antes de que quiten las monografías de Andy Warhol, que te encantan y te divierten más de lo que esperabas y después de pasar por el rooftop del 230 de la Quinta Avenida a tomarte un gin-tonic mientras disfrutas de los rascacielos iluminados de Manhattan bajo una manta, vuelves a casa.
Te sientas en el sofá, sigue habiendo globos en el techo, revistas en la mesa, flores en la chimenea, cervezas frías en la nevera… y mirando la foto familiar de reojo,  te das cuenta de que te sigue costando creerte dónde estás, con quién tienes la suerte estar y de que ya formas parte de esta ciudad.

domingo, 13 de marzo de 2011

Deja que te cuente mí día a día…

Es difícil estar en una ciudad distinta a la tuya y tener un día a día, pero al final encuentras cosas que se repiten durante los pocos días que llevas en Nueva York, y quién sabe si durará o si cuando llegué el buen tiempo decidirás darle un vuelco a ese día a día.
Te levantas por la mañana, esperando ser la última en ducharte porque sabes que así dormirás 10 minutos más y estarás menos cansada para tu cita a ciegas de por la noche en Café Gitane. Un sitio en el que entre vino blanco y cous-cous decides que por qué no vas a cruzar a Jane a tomarte algo que al día siguiente maldecirás.
Te cruzas con la misma gente de camino al trabajo y son ellos los que te dicen si llegas tarde o esa mañana te has dado más prisa en tomarte el bol de cereales. En la calle 47 las tiendas de los judíos empiezan a deslumbrar, cada mañana organizan los escaparates con las mismas pulseras, anillos y collares que por la tarde limpian y guardan en algún sitio para que no tiente a nadie.
En la oficina te esperan con cara de sueño y entre bostezos y algún estiramiento acabas por descubrir que no eres la única que ayer se quedo en casa viendo una película y que a las 10 estaba en la cama leyendo un libro. Tu jefe se despide y entonces sabes que puedes ir cerrando el ordenador y que en la recepción del edificio estará el doorman de por la tarde que se despide con una sonrisa aunque a él le queden varias horas de trabajo por delante.
Te planteas dar un paseo, pero las calles frías de Nueva York te empujan a casa y el día que no tienes ropa en la lavandería te pasas por la tienda de la esquina a comprar leche para tus cereales o te metes en 99cents a comprar algún capricho para tu cuarto.
Son las 21.00 y ya llegas tarde a esa cena internacional. Rodeada de franceses, italianos y argentinos a los que conoces esa misma noche te pides el plato que más te apetezca, pizza en Pulinos o hamburguesa en 5Napkins. Entre vergüenza por ser la primera cena con ellos y diversión por saber que cenas al lado de una oledora de perfumes, te cuentan su día a día y entonces parece que no se diferencia tanto del tuyo y que al fin y al cabo a ellos también les apetece de vez en cuando tomarse la mejor tarta de queso en Junior´s.
 Empiezas con agua, sigues con un buen mojito y acabas con varias copas de vino que te hacen hablar hasta bangladesí con el taxista que ha tenido un día algo aburrido y le apetece contarte como es su vida, pero le interesa todavía más saber cómo es la tuya y por qué has decidido venir a Nueva York. Y en ese momento le cuentas lo primero que se te pasa por la cabeza sin pensar en cuales han sido tus verdaderas razones.
Llegas a casa intentando sacar alguna conclusión a esa interesante conversación pero acabas poniendo el despertador 5 minutos más tarde porque sabes que la primera en ducharse lo hará algo tarde, ha sido un día largo y divertido. 


Se acerca el fin de semana y ya empiezas a pensar si te pondrás Converse o te subirás a unos tacones de vértigo...